La Dra. Ana García Cegarra lleva años trabajando en la protección de las especies que frecuentan las costas locales, que se ven amenazadas por presencia de grandes embarcaciones mercantes. En enero, su labor fue coronada con la firma de un acuerdo voluntario que establece rutas de navegación en la bahía.

La primera vez que Ana García Cegarra vio una ballena fue cuando tenía 18 años, durante un tour de observación de cetáceos en el Estrecho de Gibraltar. “Yo era estudiante de Ciencias del Mar en la Universidad de Cádiz, recuerdo que vimos un cachalote. Fue una experiencia maravillosa que me llevó a pensar: a esto me quiero dedicar”, cuenta la investigadora, nacida en San Javier, España, a orillas del Mar Menor.

Fue esta atracción por los cetáceos la que en 2014 trajo a Ana García a Chile, para estudiar un doctorado en Sistemas Marinos Costeros en la Universidad de Antofagasta, y desde ahí comenzar a construir gran parte del conocimiento que actualmente existe respecto a las ballenas y las amenazas que enfrentan en Mejillones. Todo esto, con el apoyo de pescadores de esa comuna, con quienes creó la ONG, Cifamac.

Gracias a sus estudios, García fue la primera en advertir, en una publicación científica de 2019, el riesgo de muerte por colisiones que existía en esa bahía debido a la gran actividad naviera, lo que se comprobó un año más tarde, con la aparición de la primera ballena muerta por esta causa, que fue seguida por el hallazgo de más ejemplares, hasta completas siete en sólo un año.

“Entonces ahí, con mis colegas de Cifamac, dijimos: tenemos que actuar, tenemos que hacer algo, esto no puede quedarse solo en una predicción, en un artículo en inglés que nadie lee, sino que la comunidad tiene que ser consciente de lo que está pasando y tenemos que proponer alguna medida de mitigación”, narró la investigadora, hoy académica de la UA.

CÓDIGO NAVIERO

En enero de este año este trabajo dio frutos. La Armada de Chile, junto a la industria naviera, firmaron el acuerdo que establece un código voluntario para las operaciones en la bahía, lo que implica crear una “carretera imaginaria” que evita a las ballenas y de esa manera las protege de las grandes embarcaciones mercantes.

¿Por qué hay tantas colisiones en Mejillones?

Este es un problema mundial, el tráfico marítimo se está incrementando mucho por la globalización, y acá en el norte más aún porque tenemos la minería, y la minería tiene que exportar sus productos y recibir insumos también. En Mejillones llegan buques de gas natural licuado, de amoníaco para la fábrica de explosivos, de azufre para hacer ácido sulfúrico, de carbón para las termoeléctricas, a todo eso súmale lo que se exporta. El año que yo estudiaba eran 1.200 buques y ahora deben ser 1.400 al año que entran o salen de la bahía.

¿Qué establece el código voluntario?

El código establece una ruta y una velocidad máxima de diez nudos, y la ruta es una que evita la zona donde está la mayor densidad de ballenas, pasando el menor tiempo posible por la isobata de los 200 metros de profundidad, que es la profundidad a la que suelen estar las ballenas.

¿Estas medidas existen en otras regiones del mundo?

En el estrecho de Gibraltar, que es el paso del Atlántico al Mediterráneo, existen, allá los buques entran por el lado derecho, pegados a África, y salen por el izquierdo, pegados a España. Después, en el Golfo de Maine, en el Atlántico noroeste, también hay rutas para evitar colisiones con ballenas. Y en la Bahía de San Francisco, igual. Pero todas esas son obligatorias, es decir, la Organización Marítima Internacional ha establecido que los busques, sí o sí, deben pasar por esas rutas, pero qué pasa cuando cambia la distribución del alimento de la ballena… Acá, por ejemplo, el año pasado, en invierno, tuvimos krill abundante en la Bahía de San Jorge (Antofagasta) y hubo por lo menos 40 ballenas que estuvieron tres meses alimentándose, pero este año el krill está en Punta Angamos. Es decir, cambia la distribución del alimento y cambia la distribución de las ballenas, y si los buques tienen una ruta obligatoria, al final no sirve. La ventaja de lo que hicimos en Mejillones es que el código es voluntario, eso significa que podemos seguir estudiando las ballenas y el año que viene, si cambia la distribución del alimento, proponer otra ruta.

¿Cómo han respondido las navieras?

La primera industria que nos apoyó fue Enaex, Enaex dijo: yo creo en ustedes, creo en el proyecto, los vamos a ayudar para que esto sea transmitido al resto de las navieras. Después vino Ultraport, Ultramar, Puerto Mejillones, Puerto Angamos, y en enero tuvimos una reunión con todos los representantes de los puertos y terminales donde se les mostró el código y todos estuvieron dispuestos a seguirlo y transmitir eso a los buques. Asimismo, gracias a la Great Whale Conservancy (ONG internacional que protege a las ballenas) la información se está difundiendo entre los capitanes para que todos sepan que hay ballenas en Mejillones y una ruta voluntaria que pueden seguir.

¿Cuánto se reduce el riesgo de colisiones con esta carretera?

No lo sabemos, lo tenemos que investigar. Nunca es riesgo cero, imposible, porque de la misma manera que se te puede cruzar un animal cuando vas por la carretera, puedes encontrar una ballena, pero creemos que se puede evitar en un porcentaje.

SANTUARIO

El trabajo de Ana García para registrar la presencia de ballenas en Mejillones se inició en 2014, como parte de sus estudios de doctorado en la Universidad de Antofagasta. En principio, se limitó a observaciones desde el sector Punta Angamos para registrar la posición de las ballenas e identificar la especie, pero luego, junto a Cifamac, logró recursos para complementar tales registros con datos obtenidos en navegaciones por la bahía.

“Hasta entonces los registros de cetáceos eran oportunistas, no había nadie que se dedicara en profundidad o en un trabajo sistemático a estudiar cetáceos en Mejillones. Los últimos estudios eran del profesor Carlos Guerra, de 1987, y yo nací en 1985, o sea, se sabía muy poco de las ballenas”, comenta la investigadora, quien recuerda con humor los sacrificios de esos años. “Pasaba cinco horas al día arriba del cerro, sola, la gente me miraba desde abajo y decía ¡Madre mía!, quién es esa loca que está arriba, qué habrá allí”.

¿Según sus estudios, qué especies de ballenas hay en Mejillones?

Hay dos especies que son las más frecuentes, ballena de aleta y ballena jorobada, que se pueden ver prácticamente todo el año, la ballena de aleta con mayor abundancia. Y después tenemos otras especies, como la ballena azul, que se puede ver una vez al año, la ballena franca austral, cada dos años, y la ballena bryde. Son como cinco especies en total.

¿Hay individuos que vivan regularmente en Mejillones?

Eso estamos tratando de descubrir, llevamos seis años y todo apunta a que la ballena de aleta es una población residente del Pacífico sureste y de esta latitud de la corriente de Humboldt, y cuando digo de esta latitud, me refiero también a Chañaral, Mejillones, Iquique, Arica. Tenemos 102 individuos identificados por su aleta y de esas 102 ballenas, en seis años tenemos una recaptura (reavistamiento) del 9%. Hay ballenas que las vemos en diciembre y después en agosto, y eso significa que están en la zona mucho tiempo.

¿Por qué la ballena de aleta es tan propensa a las colisiones?

No se sabe muy bien. Este animal es el segundo más grande del mundo después de la ballena azul, y se cree que los individuos jóvenes, que son inexpertos, por algún motivo cuando se están alimentando no están alertas y no escuchan el barco. También influye si la embarcación es rápida y navega a más de 14 nudos, pues eso reduce mucho las posibilidades de la ballena de escapar. Además, creemos que el sonido que emiten los buques, que son de 300 metros de eslora, se enmascara debido a que tienen sus hélices atrás, pero es complicado decir por qué mueren estás ballenas y no otras, es decir, mueren otras también, pero la ballena de aleta es la más susceptible a colisiones.

¿Qué otras amenazas enfrentan las ballenas?

Hemos visto ballenas con enfermedades de la piel, lo que puede estar asociado a contaminación. También tenemos pesca de cerco y los cerqueros están acabando con la anchoveta, porque Mejillones es una zona de desove, acá llega la anchoveta a poner sus huevos y las anchovetas chicas se quedan en la bahía hasta que son adultas, entonces al haber esta pesca disminuye la disponibilidad de alimento, no sólo para las ballenas, también para aves, delfines, pingüinos, lobos, etc. Otra amenaza es la probabilidad de enredo o enmalle, tanto de ballenas, como delfines. Un cerquero no va pillar una ballena, pero sí hemos tenido ballenas con cabos o redes atadas en la cola. En noviembre llegó una ballena jorobada a alimentarse, y nosotros la seguimos y fotografiamos hasta marzo, y en marzo la misma ballena tenía muchas más marcas en su cuerpo, marcas de la interacción con humanos al estar tanto tiempo cerca de la costa, o del enrede en cabos de pesca o cortes con las hélices de los botes, lo que nos indica que durante el periodo que llegan a alimentarse sufren mucho estrés.

¿Qué pasa con otras especies, como los delfines?

Los delfines están mucho más amenazados por la pesca que las ballenas, sobre todo la marsopa espinosa, que vive todo el año en la bahía y se alimenta a una profundidad de 50 metros, cerca de la costa, por lo que está muy expuesta a la contaminación. Esta especie es la que más muere por pesca incidental, la última muerte la tuvimos en mayo, una cría que se acercó a las redes de pesca, y después está el delfín oscuro, que se nueve en grupos de cientos, hasta mil individuos, y se alimenta de anchoveta, entonces se acerca a los cerqueros.

CONCIENCIA AMBIENTAL

¿Ha crecido la conciencia ambiental en estos años?

Ese es mi mayor orgullo como investigadora. Creo que hemos hecho algo que traspasa fronteras, hemos puesto a Mejillones en el mapa. Antes no había estudios en todo el norte de Chile, pero ahora las personas ya saben que hay ballenas en Mejillones, sobre todo la comunidad local. Hace diez años la mayoría de la gente de Mejillones no sabía que había ballenas en sus costas, pero hoy todo el mundo lo sabe, desde niños a mayores, muchos de ellos incluso saben qué especies son, saben que está la marsopa (una especie de delfín). Ahora hay una empresa de turismo que hace la ruta de las marsopas, y esa es información que nosotros hemos levantado. Esto nos pone contentos, porque que las personas sepan que tienen estos animales, genera en ellos un sentimiento de identidad y de querer protegerlas.

¿Desde la ciencia hay una mirada más interesada también?

Sí, sobre todo a nivel de cetáceos. Hay muchos investigadores que quieren llegar a Mejillones a estudiar los cetáceos, a poner boyas acústicas, pero en cuanto a la biodiversidad en general, todavía debemos aprender mucho. Nosotros estamos levantando la información de peces luna, de rayas, de chungungos, pingüinos, todavía no hay estudios focalizados de esas especies, los va a haber en futuro, esa es la tarea que viene.